
La ven pasar, es altiva, orgullosa, y seria. Dos enormes lentes oscuros le cubren la cara y resaltan los labios gruesos y la nariz pequeña de fosas nasales estrechas. Mastica chicle con precisión matemática. Trae el cabello amarrado en un fina cola que parece rabo de caballo andaluz. Camina moviendo la cadera, proporcionándole tal movimientos a sus nalgas que si se le quedan viendo puede provocar estrabismo. Una camiseta elegante y sensual muestran los senos, apretados y duros, que ella acentúa colocándose un poco de escarcha en medio. Deja por otro lado, la misma prenda, perfilar el abdomen, plano, coronado con un arete que al movimiento brusco de su andar se mueve a los lados. Un pantaloncillo ajustado resalta donde tiene que resaltar: culo y entrepierna. Los muslos y el color de la piel en general muestran las horas invertidas en salones de bronceado, y sus piernas fuertes, finas y largas horas de gimnasio. Se afianza por que se sabe dueña de todas las miradas, de los tipos que trabajan construyendo ese edificio, y de los tipos de la panadería de enfrente, todos absortos por ella, se hace la seria para llamar aun más la atención. De pronto una lluvia de piropos la bombardean picoteando sus oídos, piropos que van desde los más poéticos y cursis hasta los más soeces que dan paso a una letanía de vulgaridades, que involucran sus pechos, su sexo, su trasero hasta los hijos que no ha tenido; todo eso la terminan por conmover. Se detiene, todos quedan en silencio y expectantes, y dice con un aire de cinismo: "Ustedes tienen madre, y debe respetar a las mujer, dan vergüenza", y continua caminando dueña de la calle y de las miradas.