miércoles, 20 de febrero de 2008

CINICA


La ven pasar, es altiva, orgullosa, y seria. Dos enormes lentes oscuros le cubren la cara y resaltan los labios gruesos y la nariz pequeña de fosas nasales estrechas. Mastica chicle con precisión matemática. Trae el cabello amarrado en un fina cola que parece rabo de caballo andaluz. Camina moviendo la cadera, proporcionándole tal movimientos a sus nalgas que si se le quedan viendo puede provocar estrabismo. Una camiseta elegante y sensual muestran los senos, apretados y duros, que ella acentúa colocándose un poco de escarcha en medio. Deja por otro lado, la misma prenda, perfilar el abdomen, plano, coronado con un arete que al movimiento brusco de su andar se mueve a los lados. Un pantaloncillo ajustado resalta donde tiene que resaltar: culo y entrepierna. Los muslos y el color de la piel en general muestran las horas invertidas en salones de bronceado, y sus piernas fuertes, finas y largas horas de gimnasio. Se afianza por que se sabe dueña de todas las miradas, de los tipos que trabajan construyendo ese edificio, y de los tipos de la panadería de enfrente, todos absortos por ella, se hace la seria para llamar aun más la atención. De pronto una lluvia de piropos la bombardean picoteando sus oídos, piropos que van desde los más poéticos y cursis hasta los más soeces que dan paso a una letanía de vulgaridades, que involucran sus pechos, su sexo, su trasero hasta los hijos que no ha tenido; todo eso la terminan por conmover. Se detiene, todos quedan en silencio y expectantes, y dice con un aire de cinismo: "Ustedes tienen madre, y debe respetar a las mujer, dan vergüenza", y continua caminando dueña de la calle y de las miradas.

lunes, 4 de febrero de 2008

EL CUIDA CARROS


Una fila de autos se van estacionando en las afueras del Cementerio. Él está afuera, los cuida. Ve como en algunos de sus ocupantes, cuando bajan, ya el maquillaje les ha deformado la cara, otros, los hombres, con los lentes de sol ocultan las lagrimas. Son 50 carros, piensa y calcula el dinero de comición. De una fina y larga camioneta bajan el féretro y lo llevan en hombros hasta un quiosco. Niños vestiditos de negros, otros en brazos lo acompañan y no saben qué pasa, la mujer que por allá en el fondo rompe en llanto, se le escucha gritar; es la esposa que ante la caja de madera se siente impotente. Todos son camionetas del año, lujosos autos, el féretro es de fina madera con detalles de querubines en la superficie, hasta el sacerdote que camina con la gente parece tener cara de ricachon. Mientras tanto él tiene la distincción de un chaleco fosforescente, un puño de monedas en el bolsillo –la de quinientos es la de mas alta nominación- en el bulto: una sombrilla, un lujo que todavía le pesa, un foco y está armado con una cuchilla suiza que compró en el mercado. Se sabe repetido en cada esquina de la ciudad, pero esa tarde esa es su zona, lo sabe con un orgullo cínico, por que él fue además quién le advirtió al finado que le estaban robando el carro, por ende a quienes el les cuidaba los autos pagarian la deuda que no pudo pagar el difunto, un disparo en la frente lo liquido.